Otra vez tenía este fuerte y desagradable dolor de espalda, ya no me permitía dormir plácidamente por las noches ni levantarme descansada por las mañanas. También había estado perdiendo algunas clases por culpa de ello, sin embargo, el segundo día de la semana, obligando a mi cuerpo a movilizarse, salí de la cama. Mi padre no estaba de acuerdo con que asistiera a clases, pero tampoco tenía contemplado permitirme faltar más, por ende, lo más conveniente, según él, sería llevarme a un centro médico lo antes posible y solucionar este asunto.
El día en el colegio había estado bastante lento, podía caminar normalmente a momentos, pero cuando un pinchazo llegaba a mi espalda baja quedaba inmovilizada por unos minutos, siendo este acto bastante vergonzoso.
Mi amiga Renata me había ayudado durante todo el día y al momento de terminar la jornada se aventuró a dejarme en un taxi que me dejó en casa luego de 15 minutos recorridos. La bajada del auto hasta llegar a la puerta de mi hogar resultó tortuosa, pero se concluyó.
Subí a mi cuarto, entré y fui directamente a la cama que se encontraba al centro del espacio. Encendí el televisor para generar algo de ruido, la casa generalmente se encontraba vacía, ya estaba acostumbrada a soledad, gozaba poder manejar mi tiempo y llegar a recostarme con un balde de galletas sin ser visualizada. Dormir largas siestas también era un lujo.
—Mary, he llegado hace un rato, ¿Te sientes bien?
— ¿Qué hora es? —hablé extrañada, miré la habitación algo oscura sólo iluminada por la televisión. Jessica, mi hermana, miró la hora en mi despertador sobre la mesita de noche.
—Cerca de las ocho, cámbiate, te espero abajo —desordenó mi cabello y se marchó cerrando la puerta.
Me encontré con mi hermana en la cocina, pensamos en algo rápido para cenar mientras me propinaba con su mano extendida una píldora para dolores musculares que durante estos días me había ayudado muchísimo, la bebí rápidamente y al terminar me senté en un banco a la espera de los raviolis preparados a los que la morena había decidido aventurarse. La miré detenidamente mientras se esforzaba en la fácil preparación, cocinar no era su especialidad.
—Estarán en unos diez minutos —argumentó sentándose frente a mí y asentí—Oh, se me olvidaba, papá te dejó esto...—buscó a un lado de la despensa un sobre y lo dejó en mis manos.
— ¿Qué es? —pregunté confusa.
—Ábrelo, me dijo que era...—
—...Una cita para visitar al doctor —terminé por ella en cuanto vi el nombre del reciento plasmado en el papel.
—Sí, y basta de niñerías, él está preocupado por ti, así que obedecerás. Dijo que era un buen médico, llegado hace poco de Inglaterra y… te arreglará esa espalda, fin. —apoyada sobre la mesa me enarcó sus cejas.
Desde que había comenzado con los dolores, unas dos semanas atrás, mi padre había insistido en que visitara un médico. En estos últimos días no había logrado hacer ya que, si bien el dolor no era totalmente constante, cuando lograba llegar a mi cuerpo lo hacía con malicia.
Después de terminar los raviolis, Jessica y yo mirábamos fijamente y ella sonrió con las manos bajo la espuma de los platos, entonces, me puse de pie, contesté el micrófono de la puerta de entrada y presioné el botón para que el portón automático se abriera.
—Iré a abrirle—dije y salí de allí.
Crucé lentamente la habitación hasta llegar a la puerta de entrada para encontrarme con Rafael, el novio de mi hermana cuya presencia la recuerdo en casa desde pequeña-
—Has tardado, debiste llegar hace unos veinte minutos...—bromeé con él—Está en la cocina—frunció el ceño.
— ¿En la cocina? —preguntó totalmente extrañado y continuo. Jessica nunca estaba allí, se detuvo bruscamente —Ah, tu amigo viene atrás...—achinó sus ojos burlonamente. Pasó de mí desordenando mi coleta y rodé los ojos acostumbrada al acto.
Dando unos pasos más cerca de la puerta miré para ver a quien se refería Rafa, estaba todo silencioso, estrellado y sólo el sonido de grillos se dejaba escuchar...avancé varios pasos más mirando hacia el auto del novio de mi hermana. ¿Nadie? en ese momento comencé a sentir tras de mí una respiración tibia.
—Sigues usando el mismo perfume— inhalo y reconocí su voz al instante. Giré de inmediato.
No lo podía creer, Thomas, mi amigo Thomas estaba de vuelta luego de unas vacaciones en Francia. Golpee su hombro.
— ¿Creíste que me asustarías? —ataqué y dejé las emociones a un lado.
—Deja el alboroto, ¿cómo has estado? —me miró cálida y detenidamente a los ojos, para después sin previo aviso tirar mi cuerpo junto al suyo fundiéndonos en un gran abrazo. Gruñí un poco, pero fue casi imperceptible,necesitaba abrazar a mi amigo y dejar los dolores para después.
—Acá va todo igual, mejor cuéntame tú, Thomas, cuéntame cómo ha sido tu viaje a Francia —pedí al separarnos.
Caminamos hasta el interior de la casa, mientras mi amigo me relataba los detalles más inéditos de su viaje, estaba encantada y muy atenta, ya que de alguna manera escuchar sus experiencias agrandaba mis ilusiones de viajar, terminar el colegio y viajar, estudiar fuera.
La hora fue avanzando rápidamente con las novedades de mi amigo, de pronto se me había olvidado el dolor casi permanente que me aquejaba estos días y las carcajadas se adueñaron del espacio, iba a ser tan bueno tenerlo por acá nuevamente. Pero aun así llegó la hora de despedirse, el reloj de la sala marcaba media noche. Subimos las escaleras y en la puerta de mi habitación nos despedimos.
Recostaba de espalda sobre mi amplia cama cerré mis ojos, mi cuerpo estaba cansado, mañana sería un día ajetreado.
Así lo recordé cuando desperté sobresaltada por el sonido de la alarma, mis párpados pesados se fueron abriendo. No quería hacer esto, pero debía hacerlo, seguir faltando a mis clases no era una opción y la cita médica por la tarde tampoco podría ponerla en la basura.
De camino, en el auto de mi hermana la radio sonaba de fondo informando tráfico en alguna carretera, a lo que mi hermana maldecía desquitándose con el manubrio.
—Nos vemos en la tarde, ¿sí? —Asentí arrancándome el cinturón—Y por favor no olvides la cita médica, tú sabes que me encantaría acompañarte, pero se me hace imposible, de igual forma papá ha dejado todo eso arreglado y te atenderán aun siendo menor de edad...—volví a asentir.
Al entrar por las anchas puertas habilitadas para miles de estudiantes, sonreí con gracia al notar a Renata, mi mejor amiga haciendo hasta lo imposible por lograr contactarse conmigo en señas con las manos, alcé la mía y sonreímos juntas.
—Pensé que no me notarías—llegué a su lado y me abrazó protectoramente.
Le informé sobre la inesperada llegada y visita de Thomas, que me alegraba muchísimo tenerlo de vuelta y los detalles de nuestro encuentro.
—Lo traes loco, Mary. ¿De verdad no logras notarlo? —negué con la cabeza. — Recuerda tu perfume ¡por dios!
—Eso no es cierto, estas muy equivocada.
— ¿Nunca se te ha insinuado? —preguntó.
—No—respondí.
—Algún día lo hará— se encogió de hombros
—Claro que no, solo somos muy buenos amigos— Aclaré
—Está bien, lo que digas...
Y entonces así comenzaba el día escolar, con esa idea loca de Renata, con una molestia leve que comenzaba en mi espalda y trabajos en clases.
Al terminar la jornada nos despedimos y comencé a caminar hasta el centro médico, no estaba lejos. Suspiré y entré por las puertas inteligentes...todo estaba tan blanco y limpio. De repente, encontré que lo más lógico era acerarme al mesón donde estaban las chicas con delantales blancos...
—Hola, buenas tardes, tengo una cita médica...— la mujer de unos cuarenta años levantó la vista y sonrió.
— ¿Cuál es tu nombre? — acomodó sus gafas.
—Mary Hamilton —tecleó la computadora
Buscó unos segundos
—Acá estas, tienes una cita con el doctor Cristian Frezer en 10 minutos... ¿traes el sobre?
—Sí, acá lo tengo...—busqué en mi mochila y lo entregué
—Todo en orden, sigue por el pasillo, te encontrarás con la escalera y luego con una recepción, debes esperar ahí el llamado, gracias. —tendió los papeles a mis manos y los acepté mientras asentía
—Gracias...
Mientras ordenaba las tres hojas, más otra entregada por la recepcionista, me dirigí hasta los escalones, subí con molestia en la espalda, pero logré llegar a los cubículos y de inmediato puse a descansar mi cuerpo.
Después de lo que pareció mucho tiempo, una puerta tras mi espalda se abrió, lo noté por las risas que provenían de allí, tanto como de un hombre como de una mujer mayor, lo deduje sin embargo, ni siquiera necesitaba voltearme, claro que ante el llamado igualmente tuve que hacerlo...
— ¿Mary Hamilton? — cerré mis ojos y tomando mis cosas voltee
—Hola, mi nombre es Cristian, puedes tomar asiento por favor... —observé atentamente mientras el avanzaba y se situaba en la silla tras su escritorio.
—Sí— titubeé por un momento, pasé mi cabello oscuro y sedoso tras la oreja – Gracias...—terminé de añadir a la cortísima frase sentándome donde debía — Soy Mary Hamilton.
Levantó la mirada de las hojas que estaba revisando y se fijó en mí.
—Si, lo sé—volvió sus ojos a la hoja—tengo acá tu documentos—una sonrisa ladeada apareció en su rostro y me sentí la estudiante más estúpida del planeta.
—Claro—intenté perder mí vista por el metro cuadrado.
—Entonces Mary,— paso sus manos por su corto cabello oscuro —si esto está en lo correcto, que así debería ser, tú hoy está aquí por un fuerte dolor en la espalda...en lo alto y bajo de ella... – Leía con el ceño fruncido.-- ¿Estoy en lo correcto?
Asentí.
—¿Has consumido algún medicamento para aliviar el dolor?
— Si, paracetamol
Tomó un bolígrafo de su bata blanca y comenzó a escribir en la agenda que estaba al costado de la mesa.
—Ok...—levanto sus cejas mientras seguía escribiendo.— ...necesito que te quites la ropa que traes en la parte superior de tu cuerpo, por favor.
¿Qué?